El rinconcito de moda infantil

NEREA Y LA BRUJA CENTENARIA

NEREA Y LA BRUJA CENTENARIA

Una noche más siniestra que el musitar de un cerrojo... la lluvia y los truenos que parecían estar de fiesta se quedaron silenciosos unos instantes, pues ni ellos siendo tan poderosos se atrevían a hablar más alto que la anciana más anciana del pueblo...la bruja centenaria le llamaban, caminaba sola en la noche lluviosa.

Se rumoreaba que ya era vieja cuando el más joven que la recuerda tenía ahora 85 años y que hacía encantamientos mientras la buena gente del pueblo dormía. ¡pero eso son solo habladurías! solía decir Nerea entre dientes ya que no le gustaba que hablasen mal de gente.

Esa noche Nerea haría algo que le cambiaría la vida... Dando un respingo se levantó de su hamaca y se asomó por la ventana al oír un gemido escalofriante.

Era la bruja centenaria que yacía acostada en la calle.

La muchacha se dispuso a salir a la calle cuando su hermana pequeña le agarró del brazo y le dijo mientras la miraba con los ojos descontrolados, ¿no tienes miedo?  y Nerea que sí tenía miedo sintió que era su obligación acudir donde la bruja...

¿Está usted bien? preguntó Nerea desde una distancia prudente pero suficiente para ser oída... Hija mía, me he caído y no me puedo levantar, serías tan amable de acercarte y ayudarme. Nerea tragó saliva e hizo de tripas corazón, pues se moría de miedo, pero no se veía capaz de salir corriendo y dejar a aquella señora desamparada.

Así que hizo acopio de todo su valor y cargó con la bruja hasta su casa, que la guiaba señalando el camino con la mano y sin decir una palabra. La bruja vivía en la última casa del pueblo, sin nadie alrededor y a dos pasos de la boca del bosque. Ya en el interior, Nerea tumbó a la anciana en la cama y preguntó. ¿Qué más necesita? y señalando la mesa guío a Nerea hasta una botella alargada cerrada con un corchito. La anciana ya no decía nada, parecía moribunda y solo sacudía la mano.

La botella tenía un resplandor verde que parecía venir del propio líquido, el cual era negro y denso como un sirope de brea. 

Le acercó la botella con cuidado y la bruja con un aspaviento se la arrebató de las manos y tapiñó un bocado al corcho que escupió a los pies de la muchacha. Sin que le diese tiempo a colocarse la botella en los labios la volcó para darle tragos y lametazos al singular brebaje.

Mañana estaré como nueva. Y sin decir nada más la anciana se quedó dormidaNerea sin hacer un ruido se escabulló hasta la salida y corrió bajo la lluvia de vuelta. Donde le esperaba ansiosa su hermana. 

A la mañana siguiente mientras preparaba el desayuno pensó que debía comprobar que la anciana estaba bien, porque a pesar de darle repelús la idea tampoco podía dejar de imaginar lo terrible que sería si no podía ni moverse de la cama, y no aparecía nadie que la socorriese.  

Nerea se echó algo de comida y se encaminó hasta la última casa del pueblo. Cuál sería su sorpresa que al llegar se encontró la puerta abierta y una fragancia deliciosa emanaba desde el interior. ¿Hola?, ¿Hola?  Chicharreó en la puerta y entró de un brinco. Y al fondo de la casa la bruja centenaria estaba de pie, cocinando y moviéndose por la estancia como si la noche anterior jamás hubiera sucedido. Está... ¡está perfectamente! gritó Nerea sorprendida. La bruja que la oyó en ese momento se giró hacia ella y trotando con los brazos extendidos la abrazó. ¡Hay hija mía que agradecida te estoy!

La bruja la invitó a sentarse y Nerea le dio la comida que le traía para ella, la anciana que la noche anterior casi no hablaba se arrancó en un monólogo y hasta algunas canciones, y Nerea que aún estaba en shock la miraba tímidamente y se reía a brincos. La anciana desde luego ya no parecía tan terrorífica y Nerea pensó que tanto miedo había sido para nada o peor, para aislar a aquella anciana de la gente del pueblo. Así que mientras se despedía de la señora se prometió a sí misma superar sus miedos y ser una buena vecina.

La anciana se la quedó mirando con una sonrisa picarona, como si pudiese escuchar lo que Nerea estaba pensando y con un movimiento suave deslizó entre las manos de Nerea un botecito pequeño, muy parecido a aquella botella tan peculiar que había sobre la mesa, y le susurró al oído: llévate esta botellita y si algún día te haces daño dale un sorbito.

Nerea volvía a su casa satisfecha y emocionada pues le habían regalado un líquido mágico y ella había sido testigo de su magia. Cuál fue su mala suerte que al no prestar atención pisó con demasiada energía y las piedras del camino la hicieron resbalar, cayendo de bruces y rompiendo la botellita contras las faldas de su vestido. Apresurada y dolorida trató de recomponer la botellita sobre su regazo, pero era inútil, pues todo el contenido se había desmoronado por su ropa y por el suelo. Sintiendo mucha pena e intentando recuperar lo que quedaba de su regalo, empapó las partes secas de sus ropajes con el líquido restante que había por suelo. Su intención era escurrir sobre un tarro lo que pudiese recuperar del contenido. Sin embargo, al llegar a casa poco pudo salvar pues se había secado todo, y para mayor problema, su vestido había quedado teñido por aquel extraño color.

Desesperada, hirvió el vestido en una olla con agua tratando de extraer lo que fuera del líquido mágico, una gota mezclada en agua sucia era mejor nada. Pero no consiguió que la mancha se desvaneciese ni un poquito. Repetidas veces hirvió y lavó su vestido y la mancha no se inmutó…Agotada y con una sensación de fracaso en su pecho pensó, es imposible, déjalo ir.

Y Nerea que era muy mañosa se decidió a salvar lo que pudiese de su vestido. Tendió la dichosa prenda sobre una cuerda al sol y mientras se secaba observó que la tela, que había sido teñida por aquel líquido, cobraba unos reflejos verdes brillantes. Acercó su mano para tocarla y se percató que, al tacto, la tela que antes caía vaporosa ahora había cobrado una densidad y suavidad inigualables.

En ese instante se dio cuenta que no podía ser sino a causa de líquido mágico. 

Debo hacer algo con esto, no puedo deshacerme de algo así.

Sin pensárselo mucho, cortó cuidadosamente la tela, y manipulándola con mimo se hizo una capa. Al cuello le bordó unas cuentas y la cerró con lazo de raso negro.  Nerea lució su capa en ocasiones especiales, se sentía tan bien con ella que la empezó a usar en sus recados al pueblo de al lado y con el tiempo también se la puso en días sin motivo. Nerea se hacía mayor, tuvo hijos y nietos, y mientras ella envejecía su capa, que sólo se la quitaba para dormir, no desmerecía con el paso del tiempo.

Quizá fue mala suerte que se derramase aquella botella, muchas veces pensó, que podía haber vivido muchos años, o curar cualquier cosa que amenazase a su familia, estos pensamientos la atormentaron y angustiaron muchas noches de tempestad. Y al amainar la lluvia, siempre se decía para sí misma, nunca lo sabré, pero mis hijos y sus hijos y los hijos de sus hijos tendrán algo mío con lo que podrán recordarme y que podrán usar como yo lo he hecho, y quizá, eso es un regalo de la mejor clase de magia.

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